Naciste el 28 de abril de 2015, un día martes soleado y con mucho calor. Ya próxima a dar a luz, no tenía dolores, mas que lo que ya es sabido al final del embarazo, hinchazón en pies y manos, pesadez, dormir poco y uno que otro susto por ser madre primeriza a la que le carcome a veces la ansiedad. Recuerdo que en mi trabajo en el que había poco respeto a la maternidad y en el que mi jefa de ese entonces ya odiada me hizo quedar, y un gran porciento mi responsabilidad y ese "yo puedo con todo" a terminar los miles de análisis microbiológicos del día. Inalcanzables en estado normal mental y físico, mucho menos en un estado de gravidez avanzado. Ese día me asustaste pequeño inocente, no te moviste en un buen rato, y en esos días es prioridad monitorear el tiempo en el que un bebé de tu edad dentro de la panza de mamá debe moverse, frecuencia, ritmo, etcétera. No te sentí por un buen rato, o era yo que entre tanto ajetreo no me percaté de tus sutiles brazadas. Te pedí, te imploré con lágrimas en los ojos que por favor te movieras, que no asustaras a mamá. Nada, ni un movimiento siquiera. Me dije a mi misma que tenía que calmarme, que no iba a salir corriendo de la enorme torre de trabajo a decirle a la enfermera que no te sentía, entre la vergüenza de la exageración y el poco control mental que yo pudiera tener para manejar la situación, me tragué mis nervios y me tranquilicé como pude, pasaron 30 minutos aproximadamente y me diste una ligera patadita. Ese fue el movimiento más tranquilizante, de más alivio que jamás eh podido experimentar. Saber que el pequeño dentro de mí seguía alerta, volteado, apretujado entre órganos, extremidades mías y las tuyas.
El día de la última revisión entré normal al hospital de la mujer a mi cita, sin tener algún dolor, pero nerviosa porque las historias de terror de siempre del seguro social no me dejaban tranquila y naturalmente, yo no quería sufrir de más. Pasé con el doctor y me dijo, usted tiene ya poco líquido amniótico y su bebé va a comenzar a tener sufrimiento fetal, no va a aguantar hasta las semana 39. Mi mente automáticamente dijo, adelante, no hay porqué temer, estás en buenas manos. La anestesióloga me hizo un cuestionario escueto y yo me aguanté las pocas ganas de orinar, lo tomé como algo insignificante. Me colocaron la epidural con la amenaza de que si me movía siquiera un poco, quedaría paralítica. No me moví ni un ápice, no recuerdo el dolor. Me empezaba a desmayar, no controlé mis esfínteres por más que quería, sudaba frío, me oriné en la mesa fría operatoria. Me hicieron sentir sucia con comentarios como !hay señora¡, otra enfermera me decía no se duerma, la necesitamos despierta. Al ver que reaccioné me prepararon para que yo no viera el tasajo que me aplicarían, sólo sentí tirar mi piel de un lado al otro y una enfermera diciéndole a la cirujano: Doctora, no tan rápido. Luego un bebé salió por arriba de la cortina que tapaba mi vientre. unas piernitas, un torso pequeño y un cordón umbilical se asomaban, entre la conmoción de salir de un lugar caliente y seguro. Mi pequeño bebé salió, lo hicieron llorar, lo limpiaron y me dieron unos segundos para besar su pequeña cabeza. Señora: su hijo tiene un lunar grande en la pierna derecha. No llore, se le van a salir las tripas.
Te vi en la incubadora, le chupabas el cabello a tu compañero, tenías hambre, te pasaron conmigo, tan pequeño, tan flaquito, tan frágil. Yo no supe como darte leche, tu no sabías como prendarte de mi. Ya en las camas de la habitación tu orgulloso papá te cargó y se sintió aliviado, lo vi preocupado, porque por más que yo quisiera, o no quise con más fuerzas con más ímpetu, sacar de mi leche para alimentarte llorabas inconsolable y las enfermeras no paraban de regañarme, que el hospital era prolactancia materna, que no había mamilas, que era mi obligación, me torcieron el pezón, me tallaron el seno y sólo salía muy poco, o nada. Lloré contigo y tu papá. Llegaron tus abuelas, tus tíos. Te cargaron, se preocuparon. Al fin salimos de ese lugar hostil a casa de tu abuela paterna quien te vio, te cargó, te consoló lo que yo no pude o no quise hacer. Te vi un día fijamente cuando estabas acostado y me miraste como diciendo: no tenemos ese vínculo tan cerrado pero lo voy a intentar por ti. Me hubiera encantado en esa etapa ver el mundo como tu lo veías, como lo ves ahora. Siempre callado, siempre en tu cápsula mental. No sé si veías monstruos cuando te levantabas a llorar de la nada, no sé si veías mundos mágicos con los que te expresabas fuera de nuestro alcance intelectual.
De ahí te vi crecer, caminar, correr, mojarte con la lluvia, cargar a tus gatos, dejar ropa porque te quedaba chica, soplar las velas de un pastel y aunque a veces discutimos, hijo, yo quiero verte como un hombre feliz, todo lo que hacemos, lo hacemos por ti y tu hermana, y no habría nada que yo no diera para verte feliz. Admito mis errores y no te prometo nada que no te pueda cumplir, cuando no te portas bien te he gritado, no sabes lo terrible que me hace sentir que no tengo las herramientas para que tu hagas las cosas correctamente. A veces se me olvida que eres un niño y que gritas y te emocionas, que ensucias y no le temes a los peligros.
Todo el tiempo estás en mis pensamientos. De repente recuerdo que sales con un chiste o una broma que me hace reír. Sé que es un cliché, pero para mí siempre vas a ser mi bebé.
Con mucho, mucho amor para ti Amir: Mamá